
El viejo Búho te cuenta un cuento
Criando malvas

Hola, amigos. Hoy no voy a contarles un cuento, sino una historia perfecta para estas fechas de Halloween. Narro la experiencia de alguien que, desde otro lugar, más allá de nuestra vida, yace enterrado bajo tierra sin haber comprendido aún que ha dejado este mundo. Desde esa oscuridad reflexiona sobre su vida y sobre la guerra en la que alguna vez participó…
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SentÃa un cosquilleo en la espalda, como si cientos de ramitas me rozaran sin cesar. No podÃa moverme ni rascarme, solo soportar la humedad que calaba hasta mis huesos, clavando un frÃo que parecÃa escurrirse en la médula. Todo a mi alrededor era oscuro y monótono, un silencio tan denso que llenaba el vacÃo de mi alma. Mi cuerpo parecÃa sumido en un extraño sopor, como si me hallara enterrado bajo una masa de tierra húmeda. Mi olfato captaba un aroma intenso, de suelo mojado y malvas silvestres, ese olor familiar que invadÃa los parajes de mi infancia.
Mientras intentaba comprender mi situación, los pensamientos se arremolinaban. ¿Dónde estaba? ¿Qué me habÃa pasado? SentÃa como si estuviera en una noche que jamás acabarÃa, una noche que parecÃa eterna y de la que no podrÃa despertar. En ese instante, de entre la neblina de mi memoria, comenzaron a aparecer fragmentos de un tiempo anterior, recuerdos lejanos de otro yo que aún no podÃa asimilar. Me vi marchando por los campos de la Mancha, en plena guerra civil, con el peso de un arma y de una misión impuesta.
Recordé el sonido de los obuses, y el latir de mi corazón cuando, junto a mis compañeros, avanzábamos por el campo. De repente, otro grupo de soldados apareció de entre los arbustos, armados y listos para el asalto. Todo ocurrió en segundos, en una ráfaga de luces y sombras. De pronto, sentà un frÃo que helaba mi sangre. Fue como si mi vida se apagara al instante y solo quedara oscuridad.
Quise llorar, pero me di cuenta de que no tenÃa ojos. QuerÃa gritar, pero mis labios estaban sellados. Deseaba moverme, pero mi cuerpo parecÃa atrapado en un lugar donde el tiempo se desvanecÃa. Entonces, comprendà algo terrible: ya no estaba vivo, pero tampoco me sentÃa completamente muerto. En ese estado, comprendà el absurdo de aquella guerra fratricida, donde nos enseñaron a ver al otro como enemigo. ¿Pero qué habÃamos ganado con tanto odio? Solo quedaban más preguntas sin respuestas y un eco de silencio que parecÃa prolongarse hasta el fin de los tiempos.
Ahora solo ansiaba volver a escuchar algún sonido, un simple susurro o el crujir de una puerta. Quizá el canto de un pájaro, el grito de un niño, o hasta el ladrido de un perro, cualquier cosa que rompiera este silencio aterrador. Pero nada llegaba. Solo el aroma de las malvas crecÃa, invadiendo el espacio, como si me hundiera más y más en la tierra.
Finalmente, una pregunta se instaló en lo profundo de mi ser: «¿Será que estoy… criando malvas?» Era una certeza que me golpeaba el alma: habÃa quedado atrapado en esta tumba sin retorno. ¿Era este el resultado de la guerra, de una lucha sin sentido, de un odio sin fundamento? Al recordar mi vida anterior, no pude evitar sentirme abrumado. Recordé la infancia feliz en aquel pueblo, con amigos y familia. Todos esos momentos de alegrÃa habÃan desaparecido en el humo de la guerra, y ahora solo me quedaba este vacÃo absoluto.
El frÃo volvió a intensificarse, como una mano helada que apretaba mi alma, y me hundÃa en una soledad tan grande que se extendÃa por toda la eternidad. Ahora comprendÃa que aquella guerra no solo nos habÃa arrebatado vidas, sino también la humanidad que nos permitÃa comprender al otro como un hermano. Nos habÃamos perdido en un odio ciego y ahora, lo que quedaba, era solo oscuridad. La eterna noche de aquellos que olvidaron el valor de la paz.
Moraleja: Cuando dejamos que el odio y el rencor se apoderen de nuestras vidas, nos convertimos en prisioneros de nuestras propias decisiones. La guerra no trae paz ni justicia, solo un abismo de oscuridad. La verdadera victoria está en encontrar la paz, pues el odio solo siembra desolación y nos lleva a perder todo aquello que amamos.Â
