Cuentos para reflexionar

El viejo Búho te cuenta un cuento

El juego de la oca

Habia una vez un grupo de amigos, cansados de la rutina de la semana, decidieron  reunirse el domingo por la tarde para jugar una partida del clásico “Juego de la Oca” .El día era perfecto para relajarse: el sol de otoño bañaba suavemente la habitación, y el aroma de café recién hecho flotaba en el aire. Entre risas y bromas, desplegaron el tablero de la Oca sobre la mesa, sin sospechar lo que el juego les preparaba.

María fue la primera en lanzar los dados. Al caer en la casilla de una oca, sonrió ampliamente. “De oca a oca y tiro porque me toca”, recitó con la típica alegría infantil que traía a la memoria tardes de juegos en su infancia. Mientras avanzaba a la siguiente casilla, una leve niebla comenzó a envolver el tablero. En cuestión de segundos, los amigos sintieron un tirón en el estómago, como si el mundo hubiera dado un vuelco, y todo a su alrededor se oscureció.

Cuando la niebla se disipó, se encontraron de pie en medio de un enorme laberinto. Las casillas del juego, que antes eran simples dibujos sobre cartón, ahora eran enormes bloques de piedra bajo sus pies. Lo que había comenzado como un inofensivo pasatiempo, se había convertido en una realidad mucho más intensa.

La primera en darse cuenta fue Julia, quien miró a su alrededor perpleja. A lo lejos, divisaron el tablero gigante que se extendía como un camino sinuoso hacia el horizonte. Cada casilla representaba un desafío: un puente frágil colgando sobre un río tumultuoso, un estanque de aguas cristalinas pero heladas, acertijos tallados en piedra, trampas invisibles, y en cada rincón, ecos de risas burlonas y susurros enigmáticos.

Intentaron avanzar, aunque al principio lo hicieron de manera despreocupada, riendo como si todo fuera un sueño. Luis, el más competitivo del grupo, no podía evitar lanzar los dados con ansias de llegar rápidamente al final. Su objetivo era simple: ganar. Avanzó varias casillas rápidamente, con la suerte de caer varias veces en la casilla de la oca. Sin embargo, pronto cayó en una casilla de pozo, y para su sorpresa, se vio rodeado de paredes altas y húmedas. No había salida a simple vista. Se dio cuenta de que tendría que esperar ayuda para avanzar. Su frustración creció al darse cuenta de que, en su afán por ganar, había dejado atrás a sus amigos y ahora dependía de ellos para liberarse.

Mientras tanto, Clara, la más reflexiva del grupo, avanzaba con calma. Observaba detenidamente cada casilla antes de dar el siguiente paso, considerando las posibles consecuencias. Cuando cayó en una casilla de puente, notó que solo uno de los caminos era seguro, y tuvo que confiar en su intuición y en la ayuda de los demás para cruzarlo. A diferencia de Luis, Clara se dio cuenta de que no importaba cuán rápido llegara al final, sino cómo enfrentaba cada obstáculo y si aceptaba la ayuda cuando la necesitaba.

El tiempo transcurría de manera extraña en ese mundo. Horas parecían pasar en minutos, y cada desafío era más complicado que el anterior. Uno de los momentos más tensos fue cuando cayeron en una casilla de laberinto, donde las paredes de piedra comenzaban a moverse, creando caminos nuevos cada vez que daban un paso. Trabajaron en equipo para encontrar la salida, aunque algunos, como Luis, seguían impacientes y tomaban decisiones impulsivas que los retrasaban.

Finalmente, después de muchos retos y reflexiones, fue Luis quien, sorpresivamente, alcanzó la última casilla. Se quedó inmóvil por un momento, mirando el tablero a sus pies. Esperaba sentir la emoción de la victoria, pero en su lugar, una sensación de vacío lo invadió. Mientras observaba a sus amigos, que aún estaban lejos del final pero avanzaban con más calma y colaboración, entendió algo que hasta ese momento había ignorado: el objetivo del juego no era ganar, sino aprender de cada paso.

En ese momento, Luis lanzó el dado por última vez, no para avanzar, sino para liberar a todos de ese extraño mundo. De repente, la misma niebla que los había envuelto al principio regresó, y todo volvió a oscurecerse. Cuando la bruma se disipó, se encontraron de vuelta en la sala de estar. El tablero seguía allí, inerte, y el reloj apenas había avanzado unos minutos. Todos se miraron, sin palabras al principio, pero con la sensación de haber vivido algo profundo.

El silencio se rompió cuando María, con una sonrisa, dijo: “Creo que todos ganamos hoy”. Los amigos asintieron, comprendiendo el verdadero valor de la experiencia.

Moraleja: El verdadero valor de los juegos, como el Juego de la Oca, no reside en ganar o perder, sino en el acto de jugar en sí mismo. Cuando nos reunimos con amigos para compartir una partida, lo que estamos construyendo son recuerdos, momentos llenos de risas, conversaciones y complicidad. Esos instantes nos recuerdan que la vida, al igual que el juego, está hecha de experiencias que cobran sentido cuando las vivimos con los demás.

Competir puede ser emocionante, pero lo que realmente nos queda al final del día no es el trofeo o la victoria, sino el tiempo que pasamos junto a nuestros seres queridos. En el camino, hay caídas y avances, pero lo importante es estar ahí para reírnos de los errores, celebrar los pequeños triunfos y disfrutar del viaje, que siempre es más valioso cuando es compartido.

Así, cada partida es una metáfora de la vida: no importa quién llegue primero o último, lo que cuenta es haber estado juntos en el tablero, creando lazos que trascienden cualquier resultado.

 

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